viernes, 10 de marzo de 2017

"Ávila sabe que el poeta es un gato-tigre, un atoq enamorado del silencio de la escritura"



Raúl Jurado Párraga*
En plena década de apagones y sirenas policiales, los poetas se atrevían a cantar en la oscuridad. Con miedo y con incierta pasión, los poetas de los años ochenta asistían al espeluznante terror del fanatismo senderista y la respuesta violenta del Estado, y al medio quedaban muchas personas sobreviviendo a la muerte. En ese contexto, los poetas ensayaban su concierto de recitales al compás de arengas, pogeos y música de rock subterráneo. Kloaca, Oxixos, Grano de Arena, Alfareros, eyaQ´lación, Fin de siglo, Glisgen, Campo de concentración, Lluvia, Tallo de habas, Casa de Cartón, Kilka, Maestra Vida, Garabato, Asalto al Cielo, etc., eran tribunas del pensamiento poético-crítico de la época. Se generaron varios colectivos de artistas, así como revistas, donde se mostraban actitudes que se pueden mapear para comprender la movida contracultural de los trágicos y violentos años ochenta.
Los poetas de esos años, hoy ya en plena madurez, nos van mostrando trabajos solventes de escritura, construidos al fragor de esos hechos históricos que ennegrecieron nuestra sociedad. Los poetas de esos años aún no olvidan, ni olvidarán, que fueron marcados por un hecho agónico teñido de sangre, fosas clandestinas y desapariciones, y de ese signo oscuro hoy resaltan la fe por la vida hecha poesía, arte triunfante ante la muerte. La poesía vive, los poetas aún respiran y cantan. En ese contexto de conflicto entre Eros y Thanatos, la esperanza de ser artista fue la luz turbadora que venció a la incierta muerte que enlutó nuestro país. Los poetas saben que no deben bajar la guardia, y por eso siguen cantando.
Mario Jhonny Ávila Rubio es uno de esos poetas que comenzaron a escribir en esos años que hemos contextualizado líneas arriba. Mario J. Ávila hacia 1985 nos entregó su opera prima, que tituló "La canción de los topos", poemario cuyo indicador poemático refiere metafóricamente una canción escrita desde los márgenes, un canto que nació desde la sabiduría del silencio. Poemario inicial de un joven poeta. Libro de construcción emblemática de una fortaleza ejercida desde la acción de los topos. Libro de escritura desarrollada desde la subalternidad y la solitaria poeticidad del yo poético.
Después de este poemario de brevedad sugerente, Ávila Rubio silenció su escritura, sin que esto haya significado su ausencia para el acto de ella, sino que el poeta se enfrentaba a desarrollar una apuesta académica para cumplir con la formalidad concluyente de sus estudios universitarios, que se mostraría a la lectura cuando el Fondo Editorial de la UNMSM editó el 2001 su sugerente tesis de licenciatura: "Altazor: la experiencia del triunfo", trabajo donde el poeta desarrolla con solvencia un acercamiento crítico valioso a la poética del poeta chileno Vicente Huidobro.
Hoy, después de largos 31 años, nos sorprende con un nuevo libro de poesía: "El poeta y el sapo y otros poemas (más un poema cantinero)" (Lima, 2016, Editorial Bracamoros), un libro aleccionador y de lograda solvencia poética.
Ávila Rubio es de ese pequeño grupo de poetas que no posee el apresuramiento de editar todo lo que escribe. Es de esos raros poetas “parcos y morosos” que hallan en la poesía el espacio de la escritura meditada que denota su formación lectora, sus obsesiones intertextuales. 
En este libro, que pudieron haber sido cuatro poemarios independientes por el estilo que desarrolla cada sección, Ávila da muestras de versatilidad de escritura. Al leer la totalidad del texto dividido en UNA Y OTRA A LA VEZ (9 poemas), MAMUT (9 poemas), OX (16 poemas) y SHAMATHA (7 poemas), el poeta ensaya una propuesta poética de estilos variados. De instancia a instancia, se nota una voz que va girando desde la oralización fresca y cotidiana del poema coloquial, hasta lograr una poética de registros cultistas. Estas líneas se perciben en varios poemas del poemario. Por ejemplo, en el poema que inicia el libro y le da título ("El poeta y el sapo"), así como en el que lo cierra ("Poema cantinero"), se da un manejo casi conversacional de lo que se desea expresar, pero, a la vez, se convierten en su “poética” frente al lector-crítico (sapo) que asedia al poeta. La moraleja que se desprende de este texto introductorio es saber que la poesía no se explica, se siente.
En el poema de cierre del libro: "Al pie de la estatua del Che Guevara en la ciudad universitaria de San Marcos", el poeta alegoriza no sólo la historia, el silencio, la espera, el regreso, sino que emblematiza el amor, esa esencia humana que perturba nuestros actos y nos da relevancia vital.
Ya ingresando a las secciones: UNA Y OTRA A LA VEZ y MAMUT, del texto, hallamos poemas basados en la intertextualidad clásica, así como en actos de cultura actual. Esta sección explora el acto de escritura de la poesía, sus fines, el aprendizaje del poeta, su búsqueda, la validez o inutilidad de ella, el silencio y la calma para escribir un buen poema en el tiempo. (Léase los poemas: "La salamandra y la metáfora", "Una y otra vez", "El ángel exterminador", "Galileo", para confirmar nuestra opinión).
En la sección de poemas agrupados en MAMUT, se da la ampliación del campo intertextual a partir de “Cruz”, quien es el cuerpo, voz y palabra del yo poético. Esta intención recorre varios poemas, donde hay guiños a poetas admirados como Octavio Paz, César Vallejo, Dante Alighieri, etc. Esta sección se presenta como una ampliación de una poética en clave irónica, por ejemplo en los poemas "Los pececillos aventureros y el foco que encuentran en medio camino" y "La danza de los cisnes o los monstritos que patinan sobre el hielo" (claras alusiones a la poesía de Enrique Verástegui y de Rodolfo Hinostroza).
La sección denominada OX es la más arriesgada propuesta de Ávila. Aquí el poeta crea “un universo poético, un personaje, situaciones de una nueva divinidad, de un buey de sacrificado orden”, que resume su accionar en estos versos: "Mi lógica no es tu lógica, / y tu lógica no soluciona nada de nada”.
En SHAMATHA llegamos a la cosmopolitización indo-andina-occidentalizada (léase: "La princesa y el sol", "Mi Ítaca", "Corazón de oro", "La hija del Bambú", "Shamatha", etc.). En esta sección, Ávila vuelve a cuestionar su poética. Una vez más, es puesta a prueba, es interrogada en el poema inicial: "'¿Por qué empezaste a escribir?', / le pregunto./ 'Para joder a la gente', me responde […] Han pasado veinte años/ y ahora habla / de la generación perdida, la suya, / y dice que ya no escribe / porque joder a la gente no vende./ Luego me mira con su alma desierta / y se aleja con paso cansino".
Ávila Rubio sabe que la poesía se lee con otros ojos, que se siente en la fragilidad de un “corazón de bambú”, que camina como el ciempiés bailando bajo el sol. Sabe que el poeta tiene necesidad de mantener un silencio prolongado que solo se rompe cuando una nueva víbora nos regala manzanas de flama y lujuria para volver a escribir un nuevo libro y publicarlo. Ávila sabe que el poeta es un gato-tigre, un atoq enamorado del silencio de la escritura.
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* Raúl Jurado Párraga. Poeta, investigador y docente de Literatura en la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, "La Cantuta".

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