M. J. Ávila R.
Hace algunos años, Carlos Ríos (San Martín, 1964) nos sorprendió,
a mí y otros dos amigos, al mostrarnos unos poemas de su autoría que
bien guardados se los tenía. Carlos estudió Literatura en San Marcos en los años
ochenta, pero nunca se había mostrado como poeta. Sus intereses, más bien, se veían
por el lado de la narrativa y el ensayo. Se tituló con una tesis sobre Gamaliel Churata, y en
los años noventa publicó artículos en el suplemento cultural del diario El Peruano. Además, de vez en cuando nos
mostraba avances de unos cuentos que estaba escribiendo; pero nunca nos había mostrado ningún poema. Ni siquiera sabíamos que los escribía, hasta
aquella noche, cuando sorprendidos leímos los originales de Mipibaal (Lima, Editorial Bracamoros, 2016). Por supuesto, la sorpresa fue grata, ya que nos encontramos ante una poesía de notable calidad.Los poemas están escritos a partir de la figura de un personaje bíblico poco conocido, llamado Mipibaal, que aparece en el libro de Samuel; pero el Mipibaal de Carlos adquiere independencia y tiene su propia historia.
El poemario es un tenso "diálogo" entre el yo poético y Yhavé, en el que Mipibaal le pide sanidad y una mirada de inclusión, pero el Dios todopoderoso no obra el milagro, de modo que el diálogo parece finalmente convertirse en un monólogo. La manera como se resuelve el conflicto entre la fe y la falta de respuesta, es una muestra de hondo expresionismo, pero lleno de sugerencias que invitan a un detenido análisis para determinar cuál es realmente el desenlace. Y aquí está el mérito del conjunto, porque los textos no son simples exclamaciones quejumbrosas de discurrir evidente, sino poemas sugestivos, con complejos recursos de la poesía moderna.
MIPIBAAL
¿Por qué una añadidura de
dolor para mí?, digo.
Y
mi voz se eleva a las nubes,
que son el polvo de tus
pasos”, mi
Señor.
¿Por
qué si la más pequeña crisálida
puede
zurcir los caminos,
yo
no puedo hollar
el
solio de tu creatura?
MIPIBAAL: LA ENFERMEDAD, LA SALUD
Mis postrimerías son peores
que
mis principios.
En
el centro,
pernoctando al raso,
Sepsia me observa.
No se parte lejos,
y dispensar los
engreimientos
de su corazón
supone poner el hacha en la
raíz del mal.
¡Oh, Yahvé Nihsin,
tú que hiciste gracia
a la vista de muchos ciegos
vuelve carnes a estos
miembros entibiados!
MIPIBAAL: LOS PERROS, LOS NIÑOS
Estoy hecho de paños
tundidos.
TRIPODIO
En
la cuarta vigilia de la noche
he
contado mis cicatrices.
¡Valgan verdades!,
la muchedumbre me observa
y el ojo de la inocencia
indaga de mis lomos.
Ceñidos están de dos maderos:
frotan,
rozan,
hieren.
Nada falta en mí, todo lo puedo,
digo con ironía;
sin embargo, cambiar esa mirada
por los ladridos de los perros de Jeremías,
sería como esperar
que el
silencio
de la aurora
alise los abismos del corazón de David.
la muchedumbre me observa
y el ojo de la inocencia
indaga de mis lomos.
Ceñidos están de dos maderos:
frotan,
rozan,
hieren.
Nada falta en mí, todo lo puedo,
digo con ironía;
sin embargo, cambiar esa mirada
por los ladridos de los perros de Jeremías,
sería como esperar
que el
silencio
de la aurora
alise los abismos del corazón de David.
TRIPODIO
En una sala:
alta,
grande,
pronta…
todos
bailan.pronta…
Las miradas piadosas
me encuentran.
Si la muela asnal
de mis miembros les perturba,
les digo en silencio:
No tengan cuidado,
según el orden de su turno,
el Resplandor
cavila los ritmos
y sin que lo sepan
late en mis tobillos
el vendimiado curso del sol.
me encuentran.
Si la muela asnal
de mis miembros les perturba,
les digo en silencio:
No tengan cuidado,
según el orden de su turno,
el Resplandor
cavila los ritmos
y sin que lo sepan
late en mis tobillos
el vendimiado curso del sol.
MICA
Para Axel y Arián
En el inicio
el mar;
en el abismo,
el torrente cedrón.
Si
pudiera fijar
en
una rama
de
hisopo
los
arneces
de
mis piernas
tal
vez exudarían
una
dulce locura:
“Es
el arcoíris el que
pierde
a la infancia
y el
rayo el que aniquila
al
mejor”.
Mica,
guárdate
de
los desatados moños
y de
Dionisos
que
prisca el enebro
con
su mandíbula endehesada.
A Hugo Lévano
Bernabé divisa
desde
el repecho duro y sanguoso
el
amasijo de carne mortificada.
A un
lado
el
escudo de Mipibaal,
una
máscara
de
sol
triangula
su rostro,
y
desde un hilo caudaloso
de
sangre
apenas
se le oye decir:
“Quiero
encontrarte,
Dios
escondido;
mis
dudas son tibiezas
son
alisos de mis vértebras.
Dime
tú
¿por
qué es tan fácil
volver
la fe al mundo?”.
