Rosa Sombra
M. J. Ávila R.
Los fines de semana paseábamos por las estrechas calles del Centro y llegábamos a la iglesia San Francisco. Me sentaba en las gradas; Violeta lo hacía en mis piernas y las beatas nos botaban acusándonos de pecadores. Luego íbamos a la Plaza de Armas y nos sentábamos en las escalinatas de la catedral. Pasaban los policías en camiones portatropas y uno de ellos gritaba: «¡Misio, llévala a un hotel!». «Calla, c. t. m. —respondía, en voz baja—, ¿para eso te pagan?». Después nos adentrábamos por el Jirón de la Unión hasta la Plaza San Martín. Seguíamos nuestro camino por Belén, deteniéndonos de tanto en tanto en las librerías de viejo y en la antigua Época. Comprábamos algunos libros, si nos sobraba dinero, o sólo los hojeábamos durante un rato, y continuábamos por el Paseo de la República, a la altura del Palacio de Justicia. Luego cruzábamos hasta el Paseo Colón y llegábamos, por fin, al Museo de Arte, donde nos esperaba el destino final: la Filmoteca. Ahí nos aguardaban grandes películas que no se veían en los cines comerciales. Ahí vimos muchos filmes de Buñuel. La primera fue El perro andaluz: el ojo ocupaba todo el ecran y la navaja cortaba el iris. Sacudón desde el inicio.
No solo íbamos los sábados o los domingos; algunas veces también lo hacíamos durante la semana. Cierta vez fuimos cinco días seguidos para ver una gran película alemana: Heimat, que se emitió en partes. Pocos asistimos en el horario de la tarde: recuerdo a un señor que iba con su lonchera. Hermosa película que recorre varias épocas de la historia de Alemania desde unos sucesos ocurridos en las tierras de Heimat. Yo, que era ratón de campo caído en la ciudad, quedé prendado de ese lugar.
Pero el Perú y Lima tenían su propia historia y su propio presente. Terminada la función, salíamos a la calle y la realidad nos daba un golpe rotundo. La calle estaba movida. De repente la policía se ponía a buscar terroristas y detenía a los transeúntes para pedirles documentos. Dios nos libre, pedíamos, pues bastaba que vieran nuestro carné de San marcos para ser sospechosos: como mínimo, nos esperaba una visita a la comisaría y quizá a Seguridad del Estado, más aún si el operativo se realizaba después de un atentado; como ocurrió una vez, cuando salimos del Museo y se apareció un grupo de policías fuertemente armados y comenzaron a pedir documentos a los transeúntes. La cosa era más jodida porque el operativo no era sólo para pedir papeles, pues se veía que, aunque algunos contaban con ellos, eran apresados si mostraban algún elemento sospechoso. Los policías estaban nerviosos. Pedían documentos con las armas listas y revisaban las bolsas, los maletines, las carteras y las mochilas. Si consideraban sospechosos a los registrados, los subían al camión. Un policía nos preguntó qué hacíamos por ahí, si trabajábamos, si estudiábamos y dónde. Felizmente, antes de que yo respondiera, Violeta sacó un carné verde; se lo enseñó al policía, y este dijo: «Ya, váyanse, pero de frente a sus casas».
Sin embargo, Diego no corrió la misma suerte. Nos habíamos encontrado con él en el Museo. Hablamos un momento en la fila para ingresar al cine, y luego de entrar, nos separamos. A la salida ya no nos vimos; pero, después de que Violeta mostró su carné verde, miré a mi alrededor y lo vi a cierta distancia, justo cuando sacaba sus documentos y se los enseñaba al policía. Después observé que lo hacían subir al camión portatropas y que él se resistía, hasta que lo agarraron entre dos y lo arrojaron al vehículo. Diego no tuvo un carné verde para mostrar.
El regreso también lo hacíamos a pie. Ya en Barrios Altos, antes de que Violeta entrara a su casa, solíamos ir a la Plaza Italia un buen rato, en la cuadra 7 del jirón Huanta. Esa noche del domingo 3 de noviembre de 1991, también estuvimos ahí. Llegamos aproximadamente a las 8:15 de la noche. Hermosa noche parecía. Me acordé de Rosa Luz y la canté en voz baja o, más bien, la susurré:
La morena Rosa Luz, que es mi beldad,
a quien amo con todito el corazón,
saborea las delicias del cariño.
Ella vive muy feliz con su pasión;
en sus ojos se refleja la ansiedad
por que libe de sus labios el amor.
Entre besos y suspiros,
Entre besos y suspiros,
sollozante me confiesa
que su vida es mi afecto y mi calor.
Siempre dicen que el cariño nace así,
como nace entre el follaje una flor.
Sin que nadie la regara ni advirtiera,
vive sola en el mundo del amor.
Sus miradas con las mías se cruzaron
una tarde del otoño que pasó,
y entre el fuego de dos haces convergieron
los ideales de dos seres en un solo corazón...
ya no encuentro
las miradas que ese otoño descubrí.
las miradas que ese otoño descubrí.
¿Será acaso mis pupilas que no miran
o quién sabe si ella ya no piensa en mí?
Cruel martirio se apodera del querer
y los celos me hacen la vida un sufrir.
Tengo miedo de que broten de otros labios
las promesas
de cariño que ella me oyó a mí.
Siempre dicen que el cariño nace así,
Sus miradas con las mías se cruzaron
de cariño que ella me oyó a mí.
Siempre dicen que el cariño nace así,
como nace entre el follaje una flor.
Sin que nadie la regara ni advirtiera,
vive sola en el mundo del amor.Sus miradas con las mías se cruzaron
una tarde del otoño que pasó,
y entre el fuego de dos haces convergieron
los ideales de dos seres en un solo corazón...
Y vimos a Felipe Pinglo, en 1929, en el teatro Apolo de esa plaza, presentando su canción La morena Rosa Luz, y la escuchamos en la voz de Alcides Carreño, hasta que fue interrumpido por el sonido de varias ráfagas de metralleta. Hermosa noche parecía. Pero al final hubo que cambiarle el título a Rosa Luz: «Rosa Sombra», más bien.
Hermosa noche parecía, porque, de repente, en vez de Pinglo, en vez de Carreño, varias sombras con metralletas irrumpieron en una quinta, muy cerca, donde los vecinos celebraban una pollada profondos; y en vez de música, balas regaron, que con quince vidas acabaron (como para un corrido). Así nomás, todos conchudos, entraron a una quinta, cubiertos con pasamontañas. Ordenaron a todos tirarse al piso bocabajo, y les dispararon, incluso a un niño, seguros, dijeron, de que eran terrucos.
Así fue, hermosa noche parecía. Escucha, amigo, La morena Rosa Luz, escucha la canción y, desde ahora, cada vez que la oigas, acuérdate de esa noche del 3 de noviembre de 1991, en el jirón Huanta 840, de Barrios Altos, cuando a Rosa Luz, en «Rosa Sombra» la convirtieron. Salud.
Video tomado del canal de la Asociación Felipe Pinglo Alva
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