domingo, 23 de febrero de 2014

Cuento

LA MISIÓN

En el umbral de la puerta se detuvo unos segundos. Miró a la izquierda y luego a la derecha. Después, con pasos largos y apurados caminó hacia la esquina, viró a la izquierda y siguió andando una cuadra, para volver a voltear esta vez a la derecha. Se detuvo a mitad de camino frente a una casa comercial solo para observar a través del reflejo en el escaparate si alguien lo seguía. Continuó hasta llegar a un paradero y se subió a un bus, se bajó tres cuadras más allá, y se subió  a otro con dirección al distrito de San Luis. Recién sentado en el último asiento de este segundo transporte se sintió aliviado y pudo relajar el cuerpo, aunque dudando si las tácticas de distracción y de cómo perder al enemigo de los manuales habían cumplido su cometido. Entonces se le cayó toda la fatiga encima y el sueño lo quiso envolver, pero lo evitó. Sacudió su cabeza y pegó su rostro a la ventana de la movilidad para distraerse mirando a las chicas hasta llegar a su destino.

Un par de horas después se encontraba echado sobre su desvencijado colchón en su cuarto tiznado por la noche. Así postrado empezó a repasar lo hecho durante el día. En realidad, habían transcurrido más de cinco meses en esa preparación extenuante, pero imprescindible para culminar con éxito la misión encomendada. Situación que lo hacía sentir importante, valioso, como nunca en su vida. Sensación rara en su caso porque su mente no siempre mantenía constante su ánimo. Por momentos, la desazón y el escepticismo, que achacaba a su congénito espíritu y voluntad enfermizos lo envolvían en el tedio. E, incluso, se presentaban periodos más extremos, en los que quería abandonar todo y perderse en la bruma del olvido y en su nihilismo negativo impenitente. Precisamente, estando en estos avatares mentales es que empezó a deshilvanar la madeja en la que estaba sumido y en una retrospectiva ubicó el momento preciso en el que se embarcó en la historia que estaba por concluir.

Empezó el día que un par de jóvenes dirigentes universitarios lo abordaron a la salida de la facultad para conversar. Ya los conocía y sabía de sus actividades, pero siempre se mantuvo al margen. Varias veces intentaron acercársele, pero supo esquivarlos. Al principio era porque había ingresado a la universidad con la intención de estudiar y lograr una carrera, idea que quiso mantener férreamente, pero pronto se dio cuenta que los estudios no eran su destino, por lo que terminó deambulando entre los salones sin rumbo fijo. No asistía a clases de manera cotidiana porque se aburría y tampoco entendía a los profesores que consideraba demasiado académicos. Optó por colarse en cuanto grupo se formaba tratando de ser parte de algo y siempre terminaba en nada. En estas circunstancias se encontraba cuando fue invitado a conversar con los jóvenes líderes estudiantiles. En el fondo no era tan renuente a la ideología que profesaban, pues sabía que nada podría cambiar las cosas si no era luchando, lo otro era sobrevivir siempre en la desesperanza y la marginación. Conjugaba también la otra posibilidad: la pacífica. Debía haber otra forma de modificar la postración social haciendo uso de mecanismos menos cruentos, ya que era enemigo de la violencia. En realidad, la cobardía lo dominaba. Transcurrieron algunas semanas y muchas formas de persuasión de parte de los líderes estudiantiles para que empezara a asistir a las primeras charlas y reuniones clandestinas; al principio algo indiferente, pero luego empezó a tomar más atención y terminó casi convenciéndose de la esencia fundamental de la ideología que iba acatando de manera gradual. Por eso, cuando a los líderes les pareció que estaba suficientemente concientizado le dieron a conocer su primera misión, que se llevaría a cabo unos meses más tarde sin fecha precisa, pero para la cual debía prepararse conscientemente y esperar las últimas indicaciones. Entonces ya no fueron solo horas y horas de lecturas doctrinarias, sino también extenuantes ejercicios físicos, estrategias, tácticas de ataque, repliegue, defensa, el uso de todo tipo de armas, desde las punzocortantes hasta las de fuego de gran calibre. Pronto se dio cuenta que tenía una recién descubierta predisposición a este tipo de ajetreos de guerra y muchas veces una intuición natural lo hacía salir de manera rápida e inteligente de las difíciles pruebas a las que era sometido, convenciéndose él y sus instructores de sus habilidades, por lo que fue nombrado líder de grupo. Aunque estas actividades clandestinas a veces lo entristecían ya que lo obligaron a alejarse por largas semanas del seno familiar, que solo lo integraba su madre Antonia y una hermana, Patty, con síndrome de Dawn mayor que él, a quienes extrañaba sobremanera. Los tres vivían en un pequeño cuarto en la avenida San Luis que estaba cada día más descuidado, ya que él como encargado del mismo no podía darle mantenimiento debido a sus ausencias. Incluso, tuvo que dejar de trabajar en la zapatería de su padre, quien los había dejado por otro compromiso con el que tenía cuatro hijos más, pero que no le negaba el derecho a ganarse unos cuantos soles en su pequeño negocio, con tal de que apoye a su mamá y así no tener que mantenerlos. Estos fueron motivos más que suficientes para abrigar con imperiosa necesidad el deseo de que las cosas cambien y el triunfo del movimiento lo catapultara a una posición de privilegio en el nuevo orden jerárquico que se iba a instaurar. Su esperanza era que reconocieran su esfuerzo, su participación activa, su sacrificio y le otorgaran un sitial de privilegio, pues no conocía otra forma tampoco de surgir. Era el único modo de que su madre dejara ese trabajo madrugador y que él también saliera de las sombras de la marginación y obtener de este modo un merecido respeto. Por eso, cuando en un sobre le entregaban toda la información requerida y detallada sobre su misión, indicándole el día viernes como fecha elegida, él se alegró porque era el inicio del cumplimiento de sus deseos aunque después lo estremeció el pánico porque ya no serían maniobras simuladas sino reales. Así, echado sobre su desvencijada cama, rememorando lo sucedido en los últimos meses, se percató que había amanecido y que le faltaban dos días para el acontecimiento.

Todo el día miércoles estuvo en la habitación, pensando en lo que debía hacer y tratando de memorizar los datos, los croquis, las rutas de despliegue y repliegue. Repetía una y otra vez en voz alta las acciones a tomar. Practicaba tratando de impostar la voz para demostrar aplomo y firmeza al dar las órdenes correspondientes. Por momentos la imagen de su madre y hermana sonrientes se le presentaba. Entonces continuaba con más ahínco preparando su mente y cuerpo para que reaccionaran instintivamente a las acciones del operativo. Se repetía los principios fundamentales del movimiento y de su aporte al mismo como militante activo. No debía desmayar. No debía flaquear. Menos claudicar. Esperaban que actuara con la mayor firmeza y responsabilidad posible y así lo haría. No debía fallar y entregaría su cuota si era necesario. Así pasó el día.

El jueves, todavía somnoliento por no haber dormido bien, hizo acto de presencia el desánimo. Se ahogó en escepticismo. Las dudas lo embargaron y el entusiasmo fue acallado con manotazos de temor. Una serie de interrogantes lo abotagaron. Que quizás no iba a salir bien lo planeado. Que no debía hacerlo. Que iba a cometer un crimen, un delito. Cómo lo iba a tomar su madre. Qué sería de su hermana sin él. Quizás ellas sufrirían las consecuencias. Estaba a punto de llamar para decirles que lo haga otro en un acto de desesperación. Quería decirles que no estaba preparado aún. Que en realidad nunca quiso ser militante ni miembro de ningún grupo ni nada. Que era demasiado para él. El terror lo bañó en delirio. Excitado caminaba de un lado a otro de su reducido cuarto buscando una manera de desembarazarse de ese pesado encargo, hasta que exhausto se quedó dormido pensando en las miles de maneras de negarse.

El viernes se despertó sobresaltado y transpirado. La luz que entraba clara y penetrante por la ventana sin vidrios de su cuarto le inspiró un retazo de sosiego. Miró a su alrededor y a unos cuantos metros vio las ollas y los restos de verduras y huesos que su mamá utilizó para preparar las viandas de comida que en la madrugada salió a vender. Dio una mirada circular a la habitación y se levantó raudo buscando su reloj para saber el tiempo. Le faltaban cinco horas para culminar todo el esfuerzo y demostrar con éxito que la confianza en él depositada fue cierta. Se lavó la cara y se sintió aliviado por el agua fría del grifo. Se miró al espejo y antes que otro pensamiento se acurrucara en su mente, hoy es, lo haremos todo bien, se dijo en voz alta como dándose ánimo. Empezó a alistarse calculando el tiempo. Sacó su mochila que la tenía bajo su cama. Revisó uno a uno varias veces el contenido de la misma. Correcto. Leyó la dirección donde se tenía que encontrar con el resto de la célula bajo su mando y salió. Luego de las acciones respectivas para evitar el seguimiento, continuó convencido de culminar por fin algo importante en su vida.

Pronto apareció una combi que lo llevaría al punto de encuentro, a la que tuvo que subir casi a la volada porque el vehículo aceleró y casi pierde el equilibrio. Ya abordo a duras penas se pudo sentar por las maniobras bruscas del transporte. Mientras avanzaba a su destino se puso a observar las calles, las personas, los vendedores. ¿Ellos serían los mil ojos?, se preguntaba. Se detenía en el diseño de las casas, los autos de distintos modelos y precios. Trataba de penetrar en las mentes de cada uno de los peatones para imaginarse cuál sería su conducta si tuvieran más oportunidades en la vida. Por ratos el rostro de su madre y su hermana se le aparecían sonriéndole, como cuando se despedían para irse a vender. La combi iba veloz, rápida, algunas señoras pedían al chofer disminuir la velocidad. A él le agradaba recibir el aire fuerte que lo despeinaba, pero lo hacía sentir libre, seguro y sonrió casi feliz. De pronto un grito lo despabiló y sintió un fuerte golpe que oscureció todo.


Fue uno de los últimos cuerpos rescatados de entre los fierros retorcidos. 
MGY 24/02/2014            01.19 am